jueves, 28 de mayo de 2009

La ruptura

Se acabó. He intentado que esta historia funcione pero ya no puedo más. Me rindo. Dimito. Lo dejo. Paso. Renuncio.
No lo entiendo. De verdad que por más vueltas que le he dado no alcanzo a comprender... ¿Tanto ha cambiado la cosa en apenas un par de meses?
Recuerdo a mediados de verano, cuando venía a buscarme a la salida del trabajo y nos íbamos toda la noche a pasarlo bien. Los dos. Sin necesidad de nadie más.
Por entonces, claro, era mi amigo. Mi mejor amigo. Y yo la suya. Podíamos pasar horas filosofando y arreglando el mundo. O bien podíamos estar toda la tarde juntos sin decir palabra y no por eso estar incómodos. Al contrario, el hecho de no tener que hablar por hablar, de rellenar el tiempo con conversaciones insustanciales nos unía incluso más.
Podía leer su pensamiento y él el mío. Daría lo que fuera por poder saber que es lo que pasa ahora por su mente.
Solíamos bromear al presentarnos a la gente diciendo “te presento al padre/la madre de mis hijos”. ¿Hace cuánto que no lo decimos? Ahora esa idea le produce vértigo.
Pues hasta aquí hemos llegado. ¿Qué se habrá creído? ¡Si fue él quien empezó con todo esto!
Algunos chicos dicen que cuando una mujer te cataloga como amigo no hay nada que hacer, que por eso es mejor lanzarse a por la conquista antes de que se intime demasiado y se agote la posibilidad de seducirla.
¡Dios! ¿Eso he sido para él? Un trofeo, una presa, un triunfo... ¡Será capullo!
Al menos podría haber tenido la delicadeza de buscarse otra víctima. Nos conocemos hace cuánto... ¿diez años? Hemos ido juntos de vacaciones con nuestros respectivos novios, hemos superado las rupturas, ¡si incluso le aconsejaba para que se ligara a aquella estirada que le gustaba! ¿Por qué fue a por mí?
Ni siquiera sé cómo empezó todo. Por qué cambió mi forma de verle.
Si recapitulo me viene a la mente una tarde, durante las fiestas de su pueblo, estábamos en casa de sus padres jugando con su sobrina y sin venir a cuento me miró y dijo: “Habrá que ir pensando en comprarse un juguete de estos, ¿no?” Tal vez ese fue el momento. Puede que en ese instante mi reloj biológico arrancara y bloqueara por completo al sentido común.
No te culpes. No te culpes. No te culpes.
¿A qué descerebrado se le puede ocurrir soltar ese tipo de comentario a una treintañera soltera?
Doce días sin tener noticias suyas. Doce. Yo desde luego no le pienso llamar. ¡Estaría bueno! Se tendría que dar con un canto en los dientes por estar con una chica como yo. En una escala del uno al diez yo debo de andar por... pongamos un siete, ¿y él? A lo sumo un cuatro raspado. El muy idiota.
Eso si, mi decisión está tomada. No hay vuelta atrás. Ya puede venir arrastrándose y suplicando que está sentenciado. Y yo cuando me decido, me decido. No pienso retroceder ahora.
Bueno, tendré que quedar con él algún día para recuperar los CD’s que le dejé. La tarde en que se los presté fue la primera vez que nos besamos. Subí a su oficina y en ese momento sonó en la radio la canción del verano, que, a pesar de lo hortera que suena, ha sido nuestra canción. No sé si fui yo o fue cosa suya; estaba enfrente de mi, seguramente a menos distancia de la necesaria... y pasó.
Después de aquello estuve una semana sin querer verle. Tenía que asegurarme que no volvería a pasar, que no intentaría nada otra vez porque él era sólo mi amigo. ¡Y aprovechó a que de nuevo bajara la guardia para volver a asaltarme! El muy imbécil.
Para que luego digan que las mujeres somos complicadas. Lo que hay que oír.
Me gustaría poder hablar con algún chico para entender la posición masculina en este asunto. Alguien que me hiciera entender. Y no puedo porque él es mi mejor amigo. O al menos lo era. Da igual, haré nuevos amigos, los compraré si hace falta. Y serán todos gays.
La única salida digna es ser yo la que le dé puerta. Aunque es evidente que ha sido él quien ha pasado de mi. A quien quiero engañar...
Dignidad. No está todo perdido. Volverá al darse cuenta de lo que ha desaprovechado y entonces le daré con la puerta en las narices. Se va a enterar.
¡Ya está! Tengo un plan. Me voy a poner tan guapa que va a alucinar cuando me vea: me haré mechas, iré a tomar rayos UVA, haré dieta... Oh, oh, no será eso, ¿no? ¿Es porque he engordado? Supongo que al menos un par o tres de kilos y, claro, en invierno con jersey de cuello alto se pueden disimular pero ahora que me ha visto desnuda... ¡Es eso! Soy una tocina... cómo le voy a gustar así.
Pero bueno, ¿que estoy pensando? ¡Sere boba! Si lo único que le gusta de mi es mi culo ya le pueden ir dando viento. Además si es mi amigo y me conoce de siempre, le debo de gustar por mi forma de ser, mi carácter, mi sentido del humor... digo yo que tiene que haber algo más. Aunque claro, no deja de ser un tío.
Decretado: sea por la razón que sea ya no quiere estar conmigo, así que no merece que esté dándole más tiempo vueltas a la cabeza. Hasta aquí la agonía. Punto y final.
De hecho esperaré a que sea él quien me llame y ni siquiera le voy a contestar al teléfono. Por lo menos hasta que me haya llamado un par de veces. O tres.
Espera que algo suena... mi móvil. ¡Es él!
¡Aja! Ahí estás. Justo lo que quería.
Un tono. Dos tonos. Tres to...

- ¿David? ¡Ah! Hola ¿que tal? Pues no, no estoy haciendo nada, aquí viendo la tele...

2 comentarios: